Conversamos extendidamente con el director creativo de Soliscolomer sobre su vocación, Guatemala y los guatemaltecos, su carrera después de 25 años de trabajo, y el privilegio que es hacer arquitectura.
Mauricio Solís se ha convertido en referente de buena arquitectura para Guatemala y el mundo, tan es así que su trabajo ha sido reseñado en los medios especializados más importantes del momento. Su vocación de servicio, sin embargo, aunque quede detrás de los escenarios, ha sido desde el principio motor y sentido para su vida y su pasión: diseñar es dignificar a la persona.
¿Cuántos años llevas haciendo arquitectura, Mauricio?
Muchísimos. Con Soliscolomer , como firma, este año cumplimos 24, y yo había comenzado por mi cuenta un par de años antes. Inicié muy joven, tenía 17 cuando empecé a ver algunos negocios familiares porque mi papá falleció, lo cual fue positivo a la larga, pues cuando llegué a la U sabía de un montón de cosas que mis amigos no sabían, como de estados financieros o mercadeo, cosas que después me ayudaron a entender a mi cliente, a hablar su idioma. Manejar un negocio es un arte, puedes ser talentosísimo, pero si no sabes cómo hacerlo rentable…
¿Cómo surgió la vocación?
Estaba confirmada desde cuarto grado de primaria, no había ya ninguna duda de que sería arquitecto. Antes tengo dos memorias que, para mí, fueron clave. Mi mamá era violinista, estudió música en la parte francesa del Canadá, era miembro de la sinfónica, para ella la música era vital y nos transmitió esa pasión. Mi pasión por el arte también viene de ella. Y recuerdo ir juntos a la Ópera de Garnier, en París, a ver Salomé, yo tendría unos diez años. Ella iba, durante el camino del hotel a la Ópera, tarareando lo que íbamos a escuchar, y yo me impregné de su emoción, sin imaginar que entrar a ese edificio grandioso iba a ser el impacto más importante, es que fue tomar conciencia del efecto que un espacio tiene sobre nosotros.
¿Y la otra?
Mi papá me llevó después a ver una muestra de Le Corbusier en el Centro Pompidou, también en París, y recuerdo que al ver las maquetas pensé, esto es la arquitectura. Para mí era un mundo nuevo, no tenía parientes arquitectos ni mucho menos… al regresar al colegio, mi mejor amigo y yo firmamos en un cuaderno que ambos seríamos arquitectos, y que haríamos arquitectura que hablara de Guatemala.
Qué interesante que dijeran que querían hacer arquitectura que hablara de Guatemala
Si, ahora que lo dices, sí. Hace poco haciendo el ejercicio de redefinir el sueño, me di cuenta de que el mío sigue siendo el mismo. Siempre soñé con un trabajo que hablara de donde estoy y que ayudara a quienes me rodean.
¿Qué pasó a partir de esa promesa de niños?
Creo que mi formación como arquitecto empezó entonces… mis papás fueron lo máximo, iniciaron los viajes para ir a ver arquitectura, me suscribieron a las revistas que había en aquel momento… ¡Ah! ¡Qué maravilloso mundo el de las revistas! Nada como el día que aparecía una en el buzón. Yo sigo suscrito, las sigo recibiendo, tengo cajas y cajas. Ahora cuando me suscribo me dan la versión digital, y digo, no la quiero. Tengo también cajas de libros. Mis papás me expusieron a la buena arquitectura, y en cada viaje comprábamos libros. Después venía y compartía todo con mi mejor amigo, era una emoción.
¿Y él también es arquitecto hoy en día?
Él falleció, ya no se graduó, por eso le dediqué la tesis. Tuvo un accidente de tráfico y murió, fue terrible. Sentí que mi compromiso con la arquitectura, nuestro sueño en común, era aún más fuerte. Quizá hoy lo veo diferente, pero en ese momento, después de ser católico, lo más importante era ser arquitecto.
Lo siento tanto, ¿dónde estaban estudiando?
En la Marro. Mi papá quería que fuera a MIT, pero yo me negué, sin saberlo buscaba hacer una arquitectura más poética, más expresiva y filosófica, y MIT es ingeniería. Además, ya sabes, la rebeldía de un niño que no quiere hacer lo que el papá dice. Bueno, está el mito de que carreras como arquitectura, derecho o medicina se deben estudiar en donde uno va a ejercer… Es mito y no, tiene un porcentaje de verdad. Ser colegiado es importante y si estudias fuera después hay que venir a seguir estudiando unos años para poder colegiarte, eso te complica. Y luego es necesario conocer temas como sistemas constructivos o metodologías locales, tener la red de contactos... Creo que es una excelente decisión estudiar aquí, y después salir un rato a conocer otros mundos.
¿Saliste de Guatemala una vez graduado?
El día que me gradué saludé a unos amigos de mi mamá y me preguntaron que qué planes tenía. Yo les dije que mi sueño era conocer gente a la que admiro y trabajar un tiempo en sus oficinas, gente como Tadao Ando, o el español Ignacio Vicens… Y me dicen, a Nacho lo conocemos re bien. Dos semanas más tarde estaba en su estudio de Madrid.
¿Haciendo una pasantía o cómo?
Si, estuve cuatro o cinco meses. Para mí era un héroe, tenía todos sus libros, y me encantó porque cuando llegué a la primera cita, él mismo me abrió la puerta de un estudio de lo más exquisito, moderno total con la colección de arte contemporáneo más espectacular y una colección de antigüedades romanas inigualable. Y me dice, ¿qué puedo hacer por ti? Le dije que solo quería hacer arquitectura y se lo tomó personal, redescubrí Madrid con él, fuimos a exposiciones de arte, a los museos, a visitar clientes, a obras… Nacho estaba haciendo una tesis doctoral sobre la Trinidad en la arquitectura, ya te imaginarás lo surrealista de hacer las maquetas.
¿Qué te enseñó en términos prácticos?
Él todo lo que diseñaba, lo construía, y yo a la fecha hago lo mismo. El mejor chef del mundo puede darte su receta y no te va a quedar igual… no puedes soltar la obra porque la materialidad siempre es otra a la planeaste, tienes que estar ahí.
¿Pensaste en quedarte en Madrid?
Allá empecé a cuestionarme mi vocación dentro de la arquitectura. Hubo momentitos en los que dije, me quedo a trabajar con Nacho… pero al final tuve clarísimo que no quería ser de los guatemaltecos a los que les va bien afuera, dije, quiero hacer algo relevante por mi país y para mi gente. Fue muy concreto y consciente. dije, quiero hacer algo relevante por mi país y para mi gente. Fue muy concreto y consciente.
Qué buena reflexión…
Si, y mi equipo es así hasta hoy, somos gente que ha estudiado su base acá y que manejamos una visión y una estética íntimamente ligadas a Guatemala, nunca hemos querido hacer nada que parezca de otro lado, o inspirado en algo de otro lado.
¿Qué querías resaltar de Guatemala?
Creo que era un Mauricio diferente al de hoy, pero a mí me criaron orgulloso de mi país. Mi madre era un personaje con arraigo a Guatemala. Teníamos una granja en San Juan Sacatepéquez y ella se hizo íntima amiga de los vecinos, una pareja indígena con quien compartimos mucho. Yo admiraba sus indumentarias, su forma de ser… la cultura indígena es muy cercana a mi corazón, muy querida. Su manejo del color es una intuición espectacular que no hemos logrado explorar y aprovechar. Alguien me dijo el otro día que, a pesar de la simplicidad de mis diseños, de mi gusto por los tonos de beige, siempre hay color, y dije sí, porque somos de aquí.
¿Qué más es ser guatemalteco?
Pasamos tanto tiempo en el exterior… no estamos conscientes de ello, pero somos gente de pérgolas, balcones, terrazas y jardines. Nos encanta estar afuera porque tenemos un clima increíble. Vivir en Guatemala es vivir afuera.
¿Qué no te gusta de Guatemala?
Las diferencias que existen, sé que soy una persona privilegiada dentro de la realidad de un país del tercer mundo y que me gustaría que fuera otra. Por eso era tan importante para mí entender qué cambios podía hacer por mi país.
¿Qué pasó cuando volviste a Guatemala?
Bueno, volví, luego regresé a Madrid a sacar una maestría en el IE, y luego regresé ya definitivamente. Y en eso fue el concurso de la Alianza Francesa. Lo recuerdo perfecto, hice una nota en el medio donde trabajaba… ¿ese fue el proyecto parte aguas? Fue el proyecto parte aguas… yo de verdad no sabía nada de nada, tenía currículum cero, proyectos realizados cero, todo cero… Dialma Smith, que pertenecía a un grupo de amigos de la Alianza, me dijo, van a hacer este concurso, por qué no participas, y yo, porque no sé nada… Estaba Antonio Prado como concursante, a quien admiraba de toda la vida y decía, a qué hora voy a competir con él… mucha gente de renombre, con grandes trayectorias… al final me insistieron tanto que dije, me voy a meter y algo aprenderé, al menos sabré cómo es entrar a un concurso.
¿Y tenías equipo? Si esto fue en 2002, tenías 30 años…
No, era solo yo y contraté a una persona para que me ayudara con el dibujo. La noche antes de meter el proyecto, diseñé una especie de afiche, como un individual de restaurante de comida rápida, en donde estaban los diez puntos clave para entender el proyecto en forma de diagramas para que les quedara algo concreto…
¿Y qué pasó? ¿Cuándo te avisaron que habías ganado?
Me llamaron a las pocas semanas. Hasta me fui a otro lado a tomar la llamada porque me daba vergüenza que oyeran que estaban llamando para que fuera a recoger mi maqueta… Llamaban para decirme que era finalista y querían una entrevista para ahondar en el proyecto; después lo presenté ante el jurado, estaban arquitectos de renombre como Peter Giesemann y Warren Ourbaugh, el embajador de Francia, gente de cultura... El proyecto representaba un diálogo entre Guatemala y Francia, un puente entre ambos países, y literalmente había un puente, lo de enfrente era Francia, tan abierto a todos, y Guatemala estaba atrás, en el patio privado que nos representa a los guatemaltecos, siempre reservados, con ese mundo interior mágico que manejamos…
Como las casas coloniales
Si, en Antigua hay miles de patios espectaculares, de espacios mágicos, pero están escondidos, tienes que pasar una puerta para encontrarlos. Y bueno, al final me dieron el premio por unanimidad, diciendo en que era el único proyecto que tenía un concepto fuerte y fácil de entender…
¿Participaste de todo el proceso después?
De todo, desde el día uno. Eso fue como el boom , desde entonces no hemos parado de trabajar, llevamos un poco más de 250 proyectos construidos.
¿Fuiste selectivo al principio o lo que llegara?
Al principio uno no sabe lo que quiere, y todo es nuevo, vinieron muchos proyectos, armé un equipo, crecimos muy rápido y eso es difícil. Pero bueno, pudimos. En esas estaba cuando fui a una misa de las Hermanas de María y ver a mil niños rezando con una paz y en completa armonía me conmovió. Al salir le dije a la hermana, una coreana ex nadadora olímpica que casi ni hablaba español, que si en algo podía ayudarla me llamara. ¿Está seguro?, me preguntó riéndose. Ahí comenzó una relación que sigue vigente y que, de nuevo, marcó el rumbo de mi vida. Empezamos por hacer una Villa de las Niñas en zona 3 y una Villa de los Niños en zona 6. Ellas son muy coreanas, lo querían todo eficiente y ordenado, e insistían en que no hubiera lujo, y claro, yo quería diseñar, cuesta lo mismo hacer algo con diseño que sin. Un día les dije, miren, hablamos de regalar los talentos que Dios nos dio, yo no puedo hacer algo que niegue lo que soy. Le debo a ese proyecto esta reflexión vital.
¿Luego surgen otros proyectos como las escuelas de Quiché o el Centro de espiritualidad ignaciano?
Si, consciente de mi vocación, entendí que los arquitectos servimos así a la comunidad, como el de la farmacia, el médico o el panadero. El CEFAS lo hicimos de la mano con el sacerdote y artista, Dennis Leder. Y las siete escuelas de Quiché con KOICA… Lo lindo de las escuelas fue descubrir Quiché, una locura sus ríos, los Cuchumatanes, las indumentarias, el mundo indígena de verdad. Nos entrevistamos con el alcalde, los papás, los alumnos, los profesores, los cocodes… El niño que aparece en la foto de las gradas fue quien nos dijo que nunca íbamos a hacer nada, que todos llegaban a ofrecer y después no cumplían, así que cuando fue la inauguración y él llegó con sus botas llenas de lodo de trabajar la tierra a estudiar con su mochila dije, esto es dignificar a un niño. Y, por cierto, las escuelas costaron lo que cuesta una escuela pública.
¿Qué es lo más difícil de hacer estos proyectos?
El dinero al final llega, te diría que lo más difícil es el acompañamiento. Ahorita estamos haciendo un convento de clausura en Tecpán y es difícil porque debemos ir caminando con las monjas de manera muy cercana. Un convento de clausura en Tecpán, ¿cómo así? ¡No nos enteramos de nada! Son monjas trinitarias que están en Antigua y su obispo les pidió crecer. Con ellas ya abrimos Honduras y Brasil, con lo que significa empezar por conseguir el terreno… Mi financiero dice que estos proyectos no ayudan a ser rentables, pero somos felices.
Y se ganan el cielo.
Si, hace sentido la vida. Para mí, esto es ilusión pura. Los otros proyectos me ayudan a mantener lo que alimenta mi espíritu. Si no haces dinero vas a tener que dejar de hacer arquitectura para hacer otra cosa, o sea que dinero, de una u otra manera, hay que hacer.
Casi 25 años después, ¿cuál es tu primer balance?
Es la primera entrevista en donde hago balance… qué interesante. De entradita, confirmar que esto es una nave, una maravilla, que estoy agradecido de haber entendido mi llamado desde la perspectiva espiritual y profesional desde temprano, y haber logrado el match para poder hacerlo. Ha sido un privilegio, cada obra le da valor a la persona, le da sentido, la dignifica, hace su vida mejor, y eso es una caricia de Dios.
¿Y qué has descubierto que no era lo que esperabas?
Te diría que nada. Quizá que de niño pensaba que hacer proyectos como la Ópera de Sídney era más emocionante que hacer una escuela en Quiché y ahora sé que es al revés. Mi profesión es la suma de lo que soy como persona, la historia de mi vida, mis papás, mi familia, mi formación, mi formación espiritual, mi vocación artística, mis talentos, todo se refleja ahí. La arquitectura es crear el escenario de la vida.
Y dentro de una profesión tan personal, en la que se deja algo de uno en cada proyecto, ¿hay desgaste o, al contrario, un gran enriquecimiento?
Diseñar arquitectura no desgasta, el trabajo como tal, sí; es que lleva consigo un montón de cosas… pero cuando me siento a soñar un proyecto sigue siendo energía pura. El proceso creativo tiene sus partes, la primera es entender, escuchar al cliente, qué necesita, de qué se trata el proyecto, todo lo no verbal. Después, investigación, acabamos de hacer un hospital de ojos en San Marcos, lindo, pero increíble lo que tuvimos que investigar, desde el clima hasta como es un hospital de ojos. De ahí, el terreno, lo vemos, y ya el edificio casi que se arma solo. Nosotros ordenamos el programa, ponemos en bloques lo que hay que hacer para lograr un diálogo entre las formas. Tenemos que hacer espacios en donde la gente sienta claridad, no confusión. Me interesan la claridad y la paz. El todo es más grande que la suma de sus partes lo resume perfecto.
¿Qué te queda por hacer?
Muchísimo, tengo tantas cosas en mente, por ejemplo, siento que como arquitectos estamos demasiado separados, necesitamos hacer un colectivo, no tenemos un impacto como comunidad. El tema de las publicaciones también me interesa. Uno va evolucionando, no soy el mismo de hace 25 años, me interesa la visión filosófica de las cosas y pienso cómo no estoy dejando un documento de esto, quiero dejar por escrito lo que pienso sobre el diseño. Y me interesa irme a dar clases, en enero empiezo, quiero tener tiempo para estar con los estudiantes, y dejar un legado de capital humano.
Y de todo esto, ¿qué urge más?
Publicar unos libros, me urge (risas). Tengo uno editado y listo, pero me falta imprimirlo y lanzarlo. El libro cuenta la historia de las escuelas de Quiché, nos contactaron de la editorial argentina Bisman, que solo publica temas de arquitectura. Un arquitecto guatemalteco estuvo trabajando con ellos y mencionó las escuelas, a ellos les interesó e hicimos el libro, espero que este año logremos…
¿Algún pensamiento final?
Estoy en un momento de transición hacia una nueva fase, además de enseñar a hacer arquitectura, quiero estudiar filosofía, y quiero estudiar la estética, me interesa saber por qué la belleza nos conmueve tanto, toda la vida me lo he cuestionado.